JUANA «LA LOCA» Y EL MACABRO CORTEJO FÚNEBRE

Juana I de Castilla conocida como «la loca» organizó una macabra peregrinación cuando quiso trasladar al cuerpo de su difunto marido de la Cartuja de Miraflores (Burgos) a Granada.

«En el templo parroquial guardan el cadáver soldados armados, como si los enemigos hubieran de dar el asalto a las murallas. Severísimamente se prohíbe la entrada a toda mujer»

Felipe I, llamado El Hermoso, no fue un buen Rey de Castilla. Tampoco fue un buen marido. Ni siquiera demostró inteligencia en los últimos minutos de su vida.
Según parece, se encontraba Felipe en Burgos el 16 de septiembre de 1506 jugando a la pelota en un lugar frío. Al día siguiente le sobrevino malestar, con alta fiebre que le continuó los días siguientes. El día 20 escupía sangre y fue sangrado por los médicos. Murió en la madrugada del 24 al 25 de septiembre de 1506, con 28 años.

Tenía cinco hijos y otro en camino. Su mujer era Juana I, también llamada La Loca, segunda hija de los Reyes Católicos, y su casamiento con Felipe de Habsburgo a los 17 años fue por necesidades de Estado.

Juana «La loca y Felipe «El Hermoso»

Se le conocía a Juana como la Loca por los arrebatos de celos que le daban a la reina las infidelidades repetidas de su marido, y por sus tendencias esquizofrénicas y depresivas. Juana, que le tenía a su marido una pasión muy fuerte, hasta obsesiva, le veló de día y de noche con devoción y amor pero sin derramar nunca ni una lágrima incluso después de su muerte.

Cuando se produjo el fallecimiento de Felipe la Corte se alojaba en Burgos, por eso fue sepultado el cadáver embalsamado en la Cartuja de Miraflores que se situaba a algunos kilómetros de allí, después de extraerle el corazón y enviarle a Brujas.

Convento de la Cartuja de Miraflores, Burgos

Pero Felipe quería que le sepultaran en Granada, por eso en diciembre, a pesar de las condiciones climáticas poco favorables y de su estado de embarazo muy avanzado, Juana decidió emprender el camino hacia Granada para cumplir con el deseo de su marido.

«Así pues – nos informa de nuevo Anglería-, desenterró al marido el 20 de diciembre. Lo vimos colocado, dentro de una caja de plomo, recubierta con otra de madera, todos los embajadores presentes, a los cuales, una vez abierta la caja, nos llamó para que reconociésemos el cuerpo…»

«En un carruaje tirado por cuatro caballos traídos de Frisia hacemos su transporte. Damos escolta al féretro, recubierto con regio ornato de seda y oro. Nos detuvimos en Torquemada… En el templo parroquial guardan el cadáver soldados armados, como si los enemigos hubieran de dar el asalto a las murallas. Severísimamente se prohíbe la entrada a toda mujer.»

Torquemada, Palencia

Entonces se puso en marcha un macabro cortejo fúnebre que avanzaba sólo por la noche a la luz temblorosa de los hachones. El 14 de enero de 1507 se produjo en Torquemada el alumbramiento y Juana dio a luz a la hija de su difunto marido, Catalina, que acompañará muchos de sus años de soledad, quedándose encerrada con ella en Tordesillas entre 1509 y 1525. Pero en abril del mismo año la peste obligó al cortejo a desplazarse hasta Hornillos de Cerrato.

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«Estamos sitiados por la peste – se afligía el humanista Pedro Mártir de Anglería-. Ya se ha introducido en el zaguán de la Reina… Al obispo de Málaga la peste le ha arrebatado ocho criados. Colige en qué peligrosa situación nos encontramos…»

Juana no quería escuchar de alojarse en lugares más importantes porque decía que era «mujer de un solo amor y su castidad le obligaba a buscar pueblos pequeños y apartados.» Fue en el camino entre Torquemada y Hornillos cuando encontrándose con un convento de monjas, se imaginó Doña Juana que éstas querían robarle el cuerpo de su marido.

«Cuando supo que era femenina la comunidad, inmediatamente dio órdenes para que trasladasen el féretro de allía y, a campo descubierto, a cielo raso, mandó que sacasen el cadáver durante la noche, a la débil luz de las hachas, que apenas si dejaban arder la violencia del viento. Unos artesanos venidos al efecto abrieron la caja de madera y la de plomo. Después de contemplar el cadáver del marido, llamando a los nobles como testigos, mandó de nuevo cerrarlo y que a hombros lo trasladasen a Hornillos.»

El cortejo prosiguió el macabro viaje hasta Tórtoles donde tuvo lugar un encuentro entre Juana y su padre Fernando el Católico. Acompañado de vistoso y brillante séquito, Don Fernando llegó ante el palacio donde le aguardaba su hija y donde él debía alojarse. El séquito estaba, en efecto, formado por todos los Grandes de Castilla, que hasta el día anterior figuraban en el cortejo de la Reina y que ahora se habían apresurado a abandonarla para hacer la Corte a Fernando. El arzobispo de Toledo, el Condestable, el marqués de Villena, hasta el obispo de Málaga, en el que Juana creía tener un amigo de toda confianza, aparecían ahora formando parte de la comitiva del Rey. Sólo le quedaron sus damas.

Fernando el católico

Doña Juana debía de estar ya cansada de luchar contra todos. Por eso, y por el respeto que en el fondo sentía por su padre, la Reina cedió finalmente la Regencia de Castilla a Don Fernando… aunque la capacidad de decisión en última instancia era de ella.

Ocupada Burgos por las tropas de Don Fernando, éste convenció a su hija de la necesidad de trasladar la residencia real a una ciudad de mayor importancia. La Corte se puso en camino, y el féretro con los restos de Don Felipe, también.

Pero cuando Doña Juana supo que la meta del viaje era Burgos, se negó a dar un paso más. Se negaba a entrar en ninguna ciudad con murallas y castillo, porque sabía bien que no estaría a salvo. Su padre se somete y la deja, rodeada de gente de su confianza, en la pequeña villa de Arcos, en la proximidad de Burgos.

Llegado el cortejo a Arcos, permanecieron más de un año y el estado de Juana fue empeorando: dormía en el suelo, no se cambiaba de ropa ni se lavaba.

Mientras tanto la situación política iba volviéndose cada vez más inestable y se temía conjuras del partido filipino, posiblemente encabezadas por el emperador Maximiliano, y por lo tanto existía un real peligro de rapto de Doña Juana.

Por eso y por el estado emocional de su hija, a lo que hay que añadir fines políticos apenas disimulados, Fernando decidió llevar a su hija a un lugar más seguro y escogió para ello el palacio de Tordesillas, en particular por la proximidad de Valladolid donde frecuentemente se establecía al Corte. La trasladó allí en febrero de 1509, y al cuerpo del esposo al convento de Santa Clara muy próximo.

Juana fue conducida a la fortaleza que ya no debía dejar el resto de su vida y de la que sólo la liberó la muerte. Hundiéndose en la desesperanza, traicionada y despreciada tanto por el padre y el hijo como lo fue por el marido, con la única compañía de su hija Catalina, hasta que se la arrebataran para casarla con el rey de Portugal en 1525.

Juana recluida en Tordesillas

En Tordesillas se quedó sepultado Felipe hasta 1525, cuando su hijo Carlos I le hizo trasladar definitivamente a Granada.

Tordesillas, Valladolid

Doña Juana I de Castilla murió en Tordesillas en 1555, a los 76 años. Nunca dejó de ser considerada la auténtica Reina.
Su cuerpo descansó en la cripta del convento hasta 1574, momento en el que su nieto, Felipe II, lo trasladó primero a El Escorial y después a Granada.
Allí, en la misma Capilla Real, permanecen los sepulcros de quienes fueron Reyes de Castilla, aunque uno lo mereciera menos que la otra.

Cripta de Juana la loca y Felipe el hermoso en la capilla real de Granada

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FRANCISCO HERNÁNDEZ VARGAS

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JUANA «LA LOCA» Y EL MACABRO CORTEJO FÚNEBRE

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1453 – 1515 GONZALO FERNANDEZ DE CORDOBA

1468-1533 DIEGO GARCIA DE PAREDES

1480-1536 ANTONIO DE LEYVA

1497-1553 PEDRO DE VALDIVIA

1563-1607 FRANCISCO DE CUÉLLAR

1565-1643 MARIA PITA

1689-1741 BLAS DE LEZO

1766-1801 MARTÍN ÁLVAREZ GALÁN

1793-1825 JUAN MARTÍN DÍEZ

1868-1897 ELOY GONZALO

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1900-1936 SENÉN ORDIALES GONZÁLEZ

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